Maestros

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sábado, 10 de marzo de 2012

Claves del humor: Landrú (II)


Segunda y última parte de las reflexiones de Landrú sobre el humor:

El Estilo


El primer chiste que hice era bien disparatado, era un hombre que le declaraba el amor a una mujer: “Matilde, ¡te amo!”. Ella dice: ”¡Yo también!”. Él le responde: ”¡Caramba!, entonces las cosas comienzan a complicarse…” Claro, tienen que ponerse de novios, casarse, tener hijos… ¡El lío que era! En esa época la gente no entendía esos chistes. Es muy difícil explicar eso. Ese humor nació en la revista italiana Bertoldo, en la época en que Mussolini era el dictador, el fascista, y que tenía prohibido el humor político en Italia. Ellos hacían un humor surrealista con cachadas al régimen fascista, pero tan sutilmente y tan disparatado que no los podían censurar. Después pasó ese humor a España, a la revista La Codorniz. En plena época de Franco ponían, por ejemplo: “Metereológicas: Reina en toda España un fresco general proveniente de Galicia”, y creo que la clausuraron un día. Después la clausuraron nuevamente y pusieron un pensamiento matemático: “Los almohadines son a los almohadones como los cojines son a x: nos importan dos x que nos suspendan”, y siguieron adelante. Es muy difícil definir qué es la lógica del absurdo, pero es eso. La vida cotidiana está plagada de discursos de esa naturaleza.
Pero ese humor que utilizaba las paradojas y el absurdo recortándolos sobre el transfondo de lo cotidiano, era celebrado por un grupo muy reducido de lectores.

Cuando yo empecé a dibujar en el año ’45 hacía hombres muy solemnes y en general muy antiguos. Gente con ideas antiguas como el señor Cateura o la misma Tía Vicenta. Entonces tenía que buscarle una vestimenta antigua y me daba la impresión que con ellos causaba más gracia que con personajes de apariencia más moderna. Siempre me resultó más gracioso un señor con una levita que con un traje de líneas rectas. Es el estilo que a mí me gusta y, además, es un estilo muy rápido que me sirve para hacer mis dibujos. De otra manera no podría dibujar doce o trece bocetos diarios para llevar a las redacciones. Mi estilo me permite hacer un chiste de actualidad en cuatro líneas.

Técnicas personales

Una de mis pasiones es el trabajo con los arcaísmos del idioma (…), he rescatado palabras en desuso para incorporarlas a un circuito humorístico y darles nuevamente vida con significados ligeramente distintos.

(Al realizar sus “campeonatos” y “rankings”) fui acusado desde la izquierda de ser un dibujante elitista. Siempre me defendí diciendo que me limitaba a poner en evidencia aquello que los distintos grupos sociales piensan y dicen los unos de los otros, más o menos en secreto (…). Se trataba de jugar con las clasificaciones que funcionan en la sociedad, poniéndolas al mismo tiempo en evidencia de una manera irónica.



El humor no político se nutre también de lo real, al igual que todo proceso creativo o imaginario. Uno de mis procedimientos ha sido el de incorporar a la ficción de los personajes rasgos y hasta nombres de personas reales, muchos de ellos mis amigos. “Jacinto W., el reblan” se inspiró en ese amigo escribano que usaba las medias stretch con ligas Chantecler, “Fofolfi, un niño abominable” en Adolfo Gómez Cainzo; y “Tía Vicenta” fue una sustitución de mi tía Cora... Entre los reblan también hacía aparecer siempre al escribano Lozada Allende, al que le decían Chonchón, y era el novio de Alejandra en “María Belén y Alejandra”. O mi amigo Tapia en los “Breves Cursos de Historia General” apareciendo como Adán, Edipo o Bonaparte…

Ese efecto de realidad en la ficción humorística me atrajo siempre, porque la duda que genera en los lectores (la gente no sabía si existían o no) duplica el interés.
Asi, por ejemplo, lo que sucedió con las secretarias de Tía Vicenta Elena Kufa Y Esther Linares. Elena Kufa era checoslovaca y como su apellido me sonaba gracioso y parecía inventado, la incluía siempre en los chistes y la gente no sabía si existía o no, si era secretaria o periodista o colaboradora, o bien una persona inexistente que sólo vivía como personaje en las páginas de la revista. Llegaron tantas cartas, que finalmente decidí publicar su foto con la leyenda: Esta es Elena Kufa, nuestra secretaria checoslovaca, y como era rubia y vistosa, empezaron a llover cartas de amor. En cuanto a Esther Linares, que era muy petisa, la hacíamos aparecer como ‘nuestra secretaria’ enana. Con el sastre Kochane sucedió algo parecido; nos vendía trajes a crédito a los periodistas de Avivato, y una vez incluí su nombre en un cuento. Entonces él me llamó para que le diagramara un aviso; allí me tomo las medidas, me preguntó qué género me gustaba y me hizo un traje. Cuando quise pagar la primera cuota, no me cobró un centavo, y como me dio un poco de vergüenza, empecé a citarlo con mayor frecuencia. Cuando salió Tía Vicenta, aparecía en boca de los personajes de ‘María Belén y Alejandra’, y en los campeonatos dábamos como premio trajes de Kochane. De golpe se hizo famoso, pero muchos seguían creyendo que era un invento, y se iban hasta la calle Corrientes en Chacarita para ver si la sastrería existía o no (…).

Otra cuestión es que el humor que involuntariamente destilan a veces las palabras tiene que ver con el variadísimo mapa del español, donde un puertorriqueño puede decir por tv: Si, la veldá es que Galdel tenía un ploblema pala plonuncial la l, o bien la casa de junto por la casa de al lado, o voy a mandar mis pantys a la washería, o decirle al médico fisiciano, sin que eso resulte gracioso para ellos. Lo mismo sucede con los matices y diferencias entre argentinos y españoles, o argentinos y colombianos o chilenos… Este humor de las diferencias involuntarias suele aparecer también en la sintaxis. Asi, el español-puertorriqueño utiliza con mucha frecuencia las estructuras del inglés americano. Recuerdo que el titular de un diario hispano en Estados Unidos, informaba del rescate de una niña que se había caído por una alcantarilla y estuvo toda la noche al borde de la muerte, diciendo: Oraciones Salvaron Niña Cloaca Morir.

Utilizo con frecuencia en mis chistes el juego con las palabras y la invención de neologismos. Con mi amigo el escribano Adolfo Gómez Cainzo, armamos hace tiempo una especie de diccionario de neologismos a la manera de las palabras-valija de Lewis Carrol. Gómez Cainzo tenía también la costumbre de acumular informaciones inútiles. Por ejemplo sabía la fecha en que se promulgó la ordenanza Prohibido escupir en el suelo; o descubría respecto de las velocidades de un tocadiscos (33-45-78), que sumando 33 + 45 obtenemos 78, lo cual en realidad no tiene nada que ver con nada… Juntando estos disparates con las excentricidades de lenguaje (decir que el mes de junio la mayonesa era junionesa o que una empanada grande era una empamucha) armé, inspirándome en él, “Fofolfi, un niño abominable”, que apareció en Tío Landrú. Fofolfi hablaba en jeroglíficos, y para entenderlo, el padre había tenido que contratar a un traductor; blanquejo era para Fofolfi un azulejo blanco, y una sorpresa era una religiosa detenida.

Otro de los procedimientos del lenguaje tiene que ver con el desplazamiento y el doble sentido de una palabra. Si leo que es obligatorio para los automovilistas usar cinturones de seguridad, aparece de inmediato la palabra ajuste, como se están haciendo permanentemente ajustes económicos, el chiste se me ocurre por simple contigüidad, asociando cosas que no están necesariamente relacionadas… O bien el chiste se me aparece por un lapsus de lectura, equivocándome en una letra y leyendo autopsia en lugar de autopista.

La mentalidad del humorista se va adaptando a su objeto; suele suceder que la lectura esté precisamente orientada para que el error (el chiste) sea cometido: leer donde dice Ladran, Sancho, Ladran, Chancho; o juntar por un aparente error la palabra palabra (de la fórmula Pido la palabra) con la palabra trucha en palatrucha.

De igual manera, el chiste se constituye en el nivel gráfico por la vía de la sustitución de objetos. Recuerdo que en una época de escasez en la que se penaba con prisión a los acaparadores de huevos, hice la clásica escena del presidiario pero en lugar de la bola de hierro del grillete dibujé un huevo.

Si el humorista se apropia de lo real para construir sus ficciones, también es factible que suceda lo contrario y la realidad lo supere. Así, cuando suceden cosas payasescas en el plano de la política y el gobierno, un chiste puede no ser considerado como tal: ¡Esto no es un chiste! Si lo dijo hace poco tal ministro, o tal o cual secretario, o un amigo del Presidente… En esos casos, el chiste es desbordado por la escena que pretende parodiar; y la primera plana de un diario puede parecerse a los anuncios de un show. Entre estas paradojas y con estas técnicas, he ido construyendo - a lo largo de cincuenta años – mi paciencia y mi humor.




Textos e ilustraciones tomados de:

Landrú: La razón de mi tía (Biblioteca Grandes Humoristas Argentinos, Hyspamerica, 1988)
Landrú: El humor de Landrú (Editorial de Suplementos Periodísticos, 1977)
Russo, Edgardo: Landrú por Landrú! (El Ateneo, 1993)
Russo, Edgardo: La historia de Tía Vicenta (Espasa, 1993)
Ilustradores y Humoristas de Clarín (Agea, 2008)
Tía Vicenta número 4 (1957)
Revista La Nación: Especial Humor (1999)
Da Costa, Ana: Entrevista a Juan Carlos Colombres, Landrú (Sala Virtual de Lectura, 1999)

Fotos:

(Parte 1): Fernando Gutiérrez, de un reportaje en La Nación revista; sin datos de la fecha
(Parte 2): Facundo de Zuviría, reportaje para La Nación revista, 1996.

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