Maestros

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viernes, 15 de agosto de 2014

Héctor Torino y el recuerdo de su amigo Eduardo Ferro



El siguiente texto fue publicado en la revista La Maga hace casi 22 años. Allí, Eduardo Ferro recuerda a su amigo Héctor Torino (amistad que, confieso, desconocía; pero que me parece muy lógica entre estas dos grandes personas) valorando su singular aporte a la historieta cómica y, sobretodo, evidenciando un muy cálido afecto. Además, el creador de Langostino traza una notable pintura del conventillo, ese que Don Héctor convirtió en un momento inolvidable de nuestro humor gráfico...



Don Héctor junto a Víctor Leali, un verdadero hijo adoptivo que acompañó al genial dibujante 
hasta sus últimos días (revista La Maga - sin datos sobre el autor de la fotografía y la fecha de la misma)



El 17 de noviembre pasado falleció a los 79 años en su casa del barrio de Boedo el dibujante de historietas Héctor Torino. Creador de muchísimos personajes en distintos medios, Torino se hizo famoso con su sainete Conventillo -creado en 1937-, donde se destacaba un personaje excluyente, el italiano Don Nicola. Antes había hecho otra tira con un detective, Don Mamerto. Luego colaboró en el suplemento color del diario Crítica, y en los años 60 fundó una editorial con diez publicaciones. En esta nota su amigo, el gran dibujante Eduardo Ferro, recuerda a Héctor Torino. 


En el teatro, Vacarezza; en la historieta, Torino
por Eduardo Ferro
(Publicado en la revista La Maga número 47 - Miércoles 2 de diciembre de 1992)


"El tango que a menudo expresa bronca envidiosa le espeta a la mina que 'pelechó' este absurdo reproche: '... Tu cuna fue un conventillo alumbrao a kerosén...' 
Como si nacer en la pobreza fuera una culpa y no una desgracia. Por cierto que en los conventillos vivían los más pobres, pobres de toda pobreza y gente que por su educación merecía una vivienda más digna, que no podía alcanzar simplemente por falta de plata; como también intelectuales o artistas en la mala.
Especialmente en los macroconventillos, por más accesibles económicamente se daban estos contrastes. En sus cuarenta, cincuenta o más piezas hacinaban más que albergaban a toda clase de gente. Así ocurrían incidentes como éste: Un escritor en desgracia, yendo para el baño se cruza con un co-inquilino atorrante, tal vez un ratero que como la cosa más natural le arrebataba del hombro la toalla limpita, se seca la cara mal lavada y se la devuelve con una risita cachadora -y no estoy imaginando nada, sino refiriéndome a un caso real, ocurrido en uno de esos 'palomares' donde el pintoresquismo (si existía) tenía un gusto bastante amargo-.

Pero existía un conventillo más chico, como el que Torino tomó como modelo para crear el suyo de ficción, que tenía mucho menos piezas: diez o doce y alguna por ahí arriba para 'hombres solos'. Y así fue el de Don Nicola en Aquí Está, revista boom de la época que en 1937 comenzó a publicar su Conventillo, que 'mató' de entrada. El bueno de Don Nicola, tano de buen corazón,  con su idioma cocoliche logró que un grupo numeroso y heterogéneo conviviera en su inquilinato como una 'gran familia'; claro está con los trastornos inevitables originados en las debilidades humanas que afloran con más virulencia en la promiscuidad con estrechez económica, donde todos quieren aparecer como menos pobres de lo que son. La envidia se torna indisimulable cuando alguna de la comunidad levanta un poco la cabeza, los demás no pueden evitar que el color verde bilis tiña sus jetas -estamos hablando del conventillo de Torino y simultáneamente de la realidad, lo que implica un automático elogio hacia su pintura-.




Fragmento de una escena típica de Conventillo y su personaje central: Don Nicola.
(¡Aquí Está!, año 1944, de un escaneo de Hernán Schneider)



No obstante del conflicto inherente al tipo de convivencia, de pronto el grupo estallaba en alegría colectiva y desbordante. El patio se llenaba de música y bailongo por una de las tantas circunstancias especiales que se daban cada tanto: Y en este caso ocurrió que el 'hombre solo' de la piecita de arriba, el que tocaba el 'fuelle' y tenía colgado en la pared un retrato de Leguisamo, había cazado un toco con una fija y se bancó un festejo general con asado, achuras, vino tinto y blanco y anque masitas de confitería, que por una vez sustituyeron a los bizcochos con grasa medianamente cotidianos.

Todo esto lo estudió muy bien Torino en la realidad, cuando elaboró su historieta, que concretó con su estilo caricaturesco clásico, muy expresivo, al gusto de la época, delineando certeramente los personajes y su ámbito y a favor de la impresión en retrograbado de Aquí Está matizó ricamente sus dibujos con agua tinta dándoles un definitivo relieve que los convirtió en testimonios de una época. Vaccarezza, sea loado, en el sainete teatral, y Torino en la historieta patentizaron el conventillo.

Héctor se fue con 79 pirulos bien vividos y empieza el tiempo de la nostalgia; sin mucha melancolía como a él le gustaba, evocamos algunos pasajes de su vida, entre colegas que lo tratamos mucho. Algunos que venimos pidiendo pista con más de 70 y otros aún en carrera: sus éxitos en historieta anteriores a Conventillo, sus numerosas publicaciones, su sociedad con colegas como Mazza y Mazzeo, su labor codo a codo con el gran Breccia, las violinatas con el inefable Blotta padre en Boedo, sus excursiones a investigar conventillos con Alberto Del Castillo -el as del dibujo animado-, su revista Bicho Feo que 'se pedía silbando' y sus últimos proyectos que tenían que ver con su hijo adoptivo Víctor Leali, su fanático admirador y fiel asistente hasta el final, que se queda sin consuelo con su rollito de tres minutos, resultado de la animación de Don Nicola, el personaje máximo de su maestro."



Torino y otro de sus múltiples intereses: el cine.
 (De un reportaje en la revista ¡Aquí Está!, en épocas del gran éxito de Conventillo)