Maestros

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domingo, 15 de febrero de 2015

El adiós de un gran Maestro: Oswal



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El viernes 13 de febrero falleció Osvaldo Viola, uno de los más grandes dibujantes de historietas de la Argentina.

Cómo olvidar mis años de la infancia leyendo Anteojito, y en especial la gran creación de Oswal: Sónoman y su poder músico-mental...
Muchos años después tuve la oportunidad de conocerlo en la Escuela de Dibujo de Carlos Garaycochea y, aunque no me dieron los tiempos como para asistir a su Taller de Historietas,  me llevo el recuerdo de un hombre sabio y sencillo, siempre sonriente, amable y dispuesto a escuchar. Un verdadero grande, que también supo cultivar el humor en sus aventuras dibujadas.


Ilustración para la portada del Tomo I de Sónoman, editado por De la Flor


Osvaldo había nacido en Bernal (Provincia de Buenos Aires) el 1º de noviembre de 1933. 
Transcribo de la página de la mencionada escuela los siguientes datos sobre su rica trayectoria:

-Inicia su carrera ilustrando algunos episodios de Ernie Pike, de H. Oesterheld, para sus revistas “Frontera” y ”Hora Cero. 
-En 1965 realiza adaptaciones de clásicos como David Copperfield y Robinson Crusoe para “Anteojito” y al año siguiente da vida a su gran personaje Sónoman, con guiones propios, publicándolo durante diez años y retomándolo en otras etapas. 
-En 1975 publica 15 episodios de otra historia propia: El Espíritu de Mascarín
-Colabora en las revistas “Chaupinela”, “Skorpio”, “Satiricón”, “Trix’, “Cimoc”, “L’Eternauta” (estas dos últimas, europeas), etc. 
-Trabajos como Consummatum Est (guión de Yaqui), Big Rag (guión de C. Albiac), Mark Kane (guión de L. Howard) y Buenos Aires, las Putas y el Loco (guión de R. Barreiro) se publican durante las décadas del ´70 y ´80 en Europa. También encara la extensa historia de Pieter Thijsz. 
-En 1998 se edita en Francia el libro ”Sombres Destins”, con argumentos del español Enrique Sánchez Abulí. 
-Con Albiac dibuja la historieta infantil Lejos Pratt, para “Anteojito” y “La Nación”. 
- Incursiona en la ilustración editorial y publicitaria y durante muchos años es profesor, además, en la Escuela de Bellas Artes de Quilmes. 
-En 2001 se expone “Sónoman: 35 Años de Aventuras” en el Centro Cultural Recoleta. 
-En 2010 comienza a reeditar las aventuras de Sónoman en formato libro y presenta la muestra “Historietas & Dibujos” en la Alianza Francesa de Buenos Aires.



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https://sobrehistorieta.wordpress.com/2015/02/15/recuerdo-de-oswal-1933-2015-por-diego-rey/

http://laduendes.blogspot.com.ar/2015/02/oswal-1933-2015.html




Imaginadores (film completo)



OSWAL, EL PADRE DE SONOMAN, EL SUPERHEROE ARGENTINO 
Argentina SonoMan 
Por Martín Pérez
Página/12 - Domingo 14 de Noviembre de 2010


Durante una década, Osvaldo W. Viola, más conocido como Oswal, escribió y dibujó para Anteojito a Sónoman, el superhéroe local que marcó a una generación y ahora acaba de ser rescatado con gran lujo en un flamante volumen de Ediciones de la Flor. En estas páginas, Oswal charla de la edad de oro de la historieta argentina, de su pasión por Will Eisner y Rembrandt y su trabajo con Oesterheld, además de anunciar su primera novela gráfica, que está a punto de terminar. 


Pulgar, índice y mayor. Con el brazo y esos tres dedos extendidos, es que Sónoman hace uso de su poder-músico-mental. Su superpoder es el sonido, y nuestro personaje lo usa para viajar por el mundo y el tiempo, atravesar paredes, sopapear a sus adversarios y hacer todo lo que esos hombres en calzas y capa saben hacer. Al menos desde que dos jovencísimos artistas judíos decidieron que lo nietszcheano bien cabía en la narración a cuadritos, crearon un superhombre con la S bien grande sobre el pecho, y nació uno de los pilares de la cultura popular y masiva del gran país del norte, y también de su industria del entretenimiento. 

Si alguna vez hubo un superhéroe completamente argentino y en serio, ese siempre fue Sónoman. Casi como un caso aislado, como la excepción que confirma la regla dentro de la historieta local, cuya escuela –a grandes rasgos– es la antecesora de la historieta adulta europea de la segunda mitad del siglo pasado. Después de todo, si los norteamericanos inventaron las tiras diarias y las revistas de superhéroes, la adultez de la escuela franco-belga tuvo su antecedente de este lado del charco, donde nada casualmente se formó Hugo Pratt y nacieron muchos de los dibujantes que de los años setenta en adelante supieron brillar en el viejo continente. 

Por supuesto que dentro de ese devenir histórico, una burda simplificación para el manual del buen alumno, siempre hay realidades que no encajan. Sónoman es una de ellas. En una tierra casi orgullosamente sin superhéroes, la obra que Osvaldo W. Viola creó durante una década para una revista infantil como Anteojito se yergue por derecho propio como el gran superhéroe local. Pero no por respetar burocráticamente los parámetros que rigen al género, sino justamente por todo lo contrario. Por ser original, por insuflarles vida a esas reglas muertas y por permitirse ser personal casi sin buscarlo. Quienes crecieron leyendo a Sónoman, sabían que había algo especial en ese personaje también con capa y algo parecido a una S en el pecho. Pero fue el tiempo el que confirmaría esa intuición infantil, en parte al demostrar Oswal su talento y maestría para la narración a cuadros con cada nueva historia. Y también porque el personaje una y otra vez se negó a desaparecer. 

"Yo no hice nada, eh”, sonríe Oswal, cuando se le celebra no haber dejado de insistir con su primera creación. “Todo lo hizo Sónoman”, agrega, abarcando con ese todo las sucesivas reapariciones del superhéroe en toda clase de diarios y revistas, el rescate con que lo honró Soda Stereo a mediados de los ’90 (en los agregados no-MTV de su disco Confort y música para volar) y la estampilla que le dedicó el correo argentino en el 2003, en su tercera serie dedicada a la historieta, junto a El Mago Fafá, Savarese, Hijitus y Diógenes y el Linyera, entre otros. 

Y, por supuesto, también el flamante volumen editado a todo lujo y color por Ediciones de la Flor, que merecidamente rescata sus aventuras tanto para un hipotético público nuevo como para el que nunca dejó de esperarlo. 

UNA ESCUELA DE UN SOLO HOMBRE



Fernando Matoldo Dibujos (Blog)


Uno de los recuerdos que atesora Oswal de sus inicios dentro del mundo de la historieta y el humor gráfico argentino es de su época de oro, que coincidió con sus comienzos. “Siempre fui tímido, pero también bastante atrevido”, es como se presenta, buscando explicar cómo fue que se atrevió a golpear ante la puerta que decía Dirección y no en la de Redacción la primera vez que se acercó a Rico Tipo con su carpeta llena de dibujos bajo el brazo. Con su bata y su pipa, el que entreabrió la puerta y se asomó fue nada menos que Divito, el legendario director de la revista. “Con una sola mirada se dio cuenta de quién era yo y qué quería, y me cerró la puerta en la cara”, recuerda. “Pero durante ese segundo que se entreabrió la puerta, alcancé a ver un sofá enorme ocupando media oficina, donde estaba sentada una modelo digna de sus dibujos”, cuenta Oswal, que a pesar de semejante desplante, terminaría siendo socio de Divito en una empresa dedicada a los dibujos animados publicitarios. Lo que nunca llegó a conocer fue la magia –por llamarlo de alguna manera– de una redacción, ya que confiesa haber sido más bien un solitario, una condición que explica perfectamente su ubicación dentro del mundo de la historieta local, un bicho raro como su personaje más conocido, una escuela en sí mismo, un maestro que aparece en los lugares menos pensados, buscando su lugar en la historia. 

Nacido en Bernal pero criado en Quilmes, Osvaldo W. Viola es hijo de un padre jefe del taller mecánico de un banco. Pero en su hogar, recuerda, siempre hubo muchas inquietudes artísticas, mucha música, y también literatura. “Nací dibujando”, recuerda este lector de revistas como Pato Donald y Patoruzito, que por entonces no sólo referían a los personajes de Disney y Quinterno, respectivamente, sino que sus páginas estaban llenas de todo tipo de historietas que continuaban semana a semana. Pero a la hora de hablar de sus más grandes referencias, Oswal prefiere escapar del corset del género, y dice que lo que sabe lo aprendió en los bares, hablando de filosofía. “Cuando uno es autodidacto, nunca deja de aprender”, calcula. Y asegura que la mujer que más lo conoce es la que aparece en un cuadro de Rembrandt, el único con esa firma que atesora el Museo Nacional de Bellas Artes. “Me debo haber quedado horas mirando ese cuadro, ensimismado, iba constantemente a verlo.” 

Una de las particularidades de cualquier página de historietas firmada por Oswal, de cualquiera de sus personajes, es el movimiento. Algo que tal vez tenga que ver con que en un principio, antes que historietas, lo que siempre soñó fue hacer dibujos animados. Se metió en ese negocio, e hizo piezas para toda clase de marcas y artículos –“la que me nombres, yo la hice”, asegura–, pero en su recuerdo siempre aparecen también esos momentos iniciáticos golpeando puertas en redacciones. Así como fue con su carpeta a Rico Tipo, y lo terminó atendiendo Toño Gallo, supo pasar por Patoruzito, donde cada consejo de Tulio Lovato le servía para trabajar un mes, según afirma. Antes que los nombres famosos del género, Oswal elige nombrar como referentes a esos trabajadores hoy casi anónimos, pero que vieron pasar a todos los talentos de su época, y también a los principiantes como él. 

La oportunidad de encontrar finalmente un lugar en una redacción le llegó a mediados de los años sesenta, cuando García Ferré perdió con Columba los derechos de Batman, y quiso tener su propio superhéroe. “No me gustaban los superhéroes, pero sí la posibilidad de un trabajo fijo”, confiesa Oswal, que había ingresado en la revista adaptando a Dickens, uno de sus autores preferidos. Y de su amor por la música nació Sónoman, el personaje con el que, durante los diez años ininterrumpidos que salió en las páginas de Anteojito, no sólo le proporcionó ese sueldo fijo, sino que también aprendió a hacer historietas en público.

SUPERHEROES POP 

Además de Sónoman, la obra de Oswal incluye maravillas como Mascarín, un extraño antihéroe que supo salir en la revista Chaupinela, y también Big Rag, una suerte de clase magistral de la narración en cuadritos que se publicó en España, con guión del casi olvidado Carlos Albiac. Últimamente, Oswal ha incursionado en obras más adultas y ambiciosas, como Consumatum est o Tango en Florencia, donde siguen descollando todas sus virtudes narrativas. Pero se extraña un poco la soltura de sus mejores páginas, porque si algo se disfruta en su dibujo, de Sónoman en adelante, es su carácter pop y sus juguetonas tramas. Hijo de los ’60, en época en que los superhéroes norteamericanos se conflictuaban psicológicamente de la mano de Stan Lee, Oswal le daba a su súper-personaje características más cercanas al Batman televisivo, con guiños siempre cómplices hacia el lector. Si por algo se caracterizó Oswal, por ejemplo, es por incluir toda clase de referencias por fuera de la historieta, como pseudo-reportajes o artículos que tomaban a Sónoman como algo real. “Es que si vos no te creés lo que hacés, es difícil que te crean los demás”, asegura Oswal, que en el caso del curiosísimo Mascarín, un personaje al que nadie lograba ver jamás, cuenta que él tampoco sabía cómo era. “Es que si yo lograba visualizarlo, la magia se hubiera perdido.”

Un recorrido más exhaustivo por sus personajes, que siempre aparecieron escondidos aquí y allá, casi al margen de la historia oficial del género, debe incluir su trabajo con Oesterheld, que comenzó en algún guión perdido de la última época de Hora Cero y Frontera, y llegó a su culminación con El Astrón de La Plata, una historia de invasión que a fines de los años ’60 comenzó dibujando Lito Fernández para el diario El Día, pero enseguida terminó cayendo en sus manos. “Hace poco recibí una llamada del diario, diciéndome que habían encontrado las tiras originales y pensaban republicarlo, pero desde entonces no tuve noticias”, cuenta Oswal, que adaptó la historia para Skorpio, a comienzos de los ’80, con Oesterheld ya desaparecido, bajo el nombre de Galac Master. “Los primeros capítulos salió con la firma de Oesterheld, pero enseguida la revista la sacó y quedó sólo la mía, por un problema de derechos de autor que tenía con su viuda. Pero los guiones son todos suyos.” Del legendario guionista desaparecido, Oswal recuerda un encuentro que tuvo por la época en que colaboraron en el diario platense, caminando por Florida. Dice que de pronto Oesterheld aseguró haber recordado que debía entregar un guión, subieron a una oficina donde pidió prestada una máquina de escribir, lo tipeó de un tirón y luego siguieron caminando y conversando. Así trabajaba el maestro, al que Oswal celebra que se recuerde. Pero pide el mismo trato para tantos otros nombres que él considera tan magistrales dentro de su rubro, y que permanecen olvidados. 

RUMBO AL HORIZONTE 

Además de vivir de la docencia, algo que hace desde hace más de tres décadas ininterrumpidas en la escuela de dibujo de Garaycochea, la actualidad de Oswal incluye una novela gráfica con guión de Enrique Abulí, uno de los maestros en el rubro de la historieta española. “Ya tengo el guión completo, y estoy trabajando sin apuro, pero sin descanso”, dice de la que será su primera novela gráfica, con el título de La nieve y el barro. Considerado en España como el Alex Toth argentino –en referencia a un dibujante norteamericano mundialmente famoso, con el que comparte la misma facilidad para las formas y la narrativa dibujada–, Oswal es un alumno dilecto del gran referente de ese tipo de dibujo, Will Eisner. 

"Conocí su obra a fines de los ’60, y no paré hasta leerla toda. ¡Hasta me trajeron un autógrafo de él!”, asegura. Cuando era un joven fanático de la historieta, Oswal rápidamente sabía de quién era un dibujo sin mirar la firma. Y eso quiso siempre para él, poder dibujar de una manera en que fuese reconocible al primer trazo. 

“Cuando era joven me frustraba pensar que la vida era un camino hacia el horizonte, sin llegar a alcanzarlo jamás. Pero ahora me parece que ésa es una de las maravillas de todo este asunto”, afirma Oswal, el hombre al que se lo reconoce al primer trazo, el autor de un superhéroe tan argentino que no parece superhéroe, un dibujante perdido, un maestro anónimo y al mismo tiempo docente de varias generaciones de alumnos. “Si la historieta desaparece será culpa de los dibujante y los editores, no de la historieta. Ahora todos se deslumbran por los dibujos, pero el secreto está en la historia, en contar”, asegura Oswal, mientras sus dibujos siguen y siguen contando.



El dibujo es escritura”, asegura Oswal 
Por Andrés Valenzuela
Cuadritos, periodismo de historieta octubre 17, 2010 


Cuadritos, periodismo de historieta


“¿No se estará haciendo mucho?”, pregunta Oswal aún antes de que se encienda el grabador. “Tanto evento, tanta actividad, ¿no habría que parar un poco la mano?”, reflexiona, a punto de cumplir 77 años. Osvaldo Walter Viola prefiere parar la pelota y hacer algunos apuntes sobre el medio. El papel del guión en la historieta, el del dibujo, su desinterés por las exposiciones (y por qué aceptó la que ocupa ahora en la sede palermitana de la Alianza Francesa en estos momentos -Billinghurst 1926, Capital Federal-), la influencia de Dickens y el trabajo de la metáfora sonora en el dibujo.

Ediciones de la Flor acaba de reeditar Sónoman, su primera creación propia, que data de 1966. Un personaje publicado hasta 1975 en la revista Anteojito que tenía poderes “músico-mentales”, y que luego tuvo algún fugaz regreso al papel. Vista a la distancia, era una historieta de enorme dinamismo dotada de un dibujo increíblemente moderno, que ponía a su autor en la vanguardia narrativa de su época. Sin embargo, para este historietista la auténtica clave del cómic no está en el dibujo, sino en el guión. 

“Vos ves mis dibujos, ¿qué tienen de extraordinario? Si así dibujé toda mi vida”, cuesiona los elogios que recibe, “el asunto es a dónde quería llegar yo, ¿conseguí la mitad de lo que quería? Una vecina me dijo una vez que hay que tener la modestia de la violeta, que es la flor más modesta, pero al mismo tiempo sabe que es flor, y eso me quedó grabado toda la vida”. Un dibujante, considera, tiene que ser conciente de sus capacidades, pero siempre aspirar a más. “Caminamos hacia el horizonte y el horizonte se aleja. Cuando no lo entendés te desespera, eso me ha pasado, pero cuando lo comprendés es una suprema felicidad, aunque sabés que no lo vas a alcanzar nunca”. 

Para el dibujante, sin embargo, la cuestión central está en otro lado. “¿Cómo puede un país olvidar a sus narradores?”, se inquieta el creador de Sónoman. “Eso también tiene que ver con su economía”, puntualiza. Y aunque admira la figura de Héctor Germán Oesterheld por “traer la aventura a nuestro mundo”, prefiere rescatar el trabajo de otros colegas, como Yaqui, o Albiac, que llevaron su imaginación por lugares lejanos. “Esos mundos que puede proponer la historieta son en sí mismos formidables”, explica, “porque la historieta en verdad no es dibujo, sino narración, cuento, historia”. Para Oswal no existe buena historieta sin buen libreto. 

"Uno puede admirar los dibujos de alguien porque los separó de la historia, pero para mí lo fundamental es la historia misma”, analiza. “Por eso no me gustan las muestras, si accedí a esta (la de la Alianza Francesa) es porque me insistieron mucho”, confiesa. “Lo que cuesta entender es que el dibujo es escritura, y el historietista cambia palabras por imágenes”. 

Asegura que hay que tener algo para contar, que si no “el dibujo no sirve” y sostiene que tuvo en Charles Dickens a su maestro narrador. “En la historieta empecé haciendo adaptaciones de sus libros, que me emocionaban, pero que me emocionaban desde que tenía once o doce años”, cuenta, “en esa época, como me portaba bien, cada mes me compraban un libro y así fui aprendiendo a definir personajes, con Dickens”. 

En el novelista inglés encontró sensibilidad, técnica y mirada a largo plazo. “Me compré la colección de Aguilar, que tenía un apéndice con todos los personajes y yo estudié cómo se iban definiendo gradualmente, qué elementos se utilizaban, porque no era una mera enumeración de rasgos”, comenta y propone ver a la historieta “como literatura”. 

Fue por esos comienzos como adaptador que llegó a Sónoman, acaso su creación más celebrada. “En un momento García Ferré quiso comprar Batman, pero se le adelantó Columba, así que me pidieron que hiciera un superhéroe”, recuerda, “yo me puse contento por el pedido en sí mismo, pero los superhéroes no me gustaban. Como sí me gustaba la música, decidí hacer algo con eso. Si leés las primeras páginas, hay muchas cosas parecidas a Superhombre (Superman)”. 

No fue sino hasta la cuarta o quinta página que el sonido lo ensordeció. “Es cuando me doy cuenta de las posibilidades hermosas de los personajes secundarios, y ahí está otra vez la influencia de Dickens”, señala, “así la verdadera aventura fue la mía, de explorar todo eso”. El propio protagonista va transmutándose conforme avanza la historia. “Al comienzo estaba tan fuera de mí que Sónoman se llamaba Hamilton, pero terminó viviendo en una estancia, su transformación fue paulatina”, considera Oswal. 

Pese a los fantásticos poderes “músico-mentales” del personaje, su creador no lo ve como un superhéroe. “En su pensamiento no lo es, más bien se resigna a esa capacidad que le han otorgado, él dice que a quien hay que admirar es al padre, que lucha todos los días por mantener una familia, no a él; busca consejo en la mujer, en la madre”. En algún capítulo, Sónoman hasta busca consejo en MLG, “la mujer más sabia del mundo”, un homenaje del autor a la filósofa Marta López Gil, a quien admiraba.

Oswal logró algo difícil con esa historia: plasmar el sonido en dibujos. “Buscaba metáforas”, explica, “cuando (Jorge Luis) Borges decía el verde silencio, ¿eso no es una metáfora? Entonces yo mezclaba lo gráfico, la luz, o al menos eso pretendía, porque hay que entender que yo me estaba formando todavía cuando hacía Sónoman. “Luchaba porque se distinguieran los sonidos, que el estruendo de su aparición fuese distinto al de su desaparición”. 

La clave de la buena narración, dice, pasa por excitar la imaginación del lector. “Ella lo hace todo y le da realismo a la historia, cuando decimos que hay gran movilidad, que una historieta tiene mucho movimiento, no es que los personajes saltan, sino que conducimos la mente del lector, lo hacemos circular, entonces deja de ver cuadros separados y ve una continuidad, una acción, un desarrollo”.


Recomiendo buscar en la Web más información, reportajes, dibujos y diversas notas sobre el gran Oswal, un artista con todas las letras.


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