Maestros

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domingo, 3 de abril de 2016

Guillermo Roux: El gran artista que se inició en el semanario Patoruzito





Guillermo Roux nació en 1929 en el barrio de Flores. Pasó su niñez rodeado de lápices y pinceles, gracias a su padre Raúl. Esos comienzos, sin embargo, tuvieron algunas características no tan habituales en el aprendizaje de todo artista plástico.
En el siguiente texto publicado en el catálogo Patoruzú una revista una época (Museo Sívori, 2008/09) el gran pintor recuerda cálidamente dichos inicios en aquel "mundo de sueños, encantado"...; una manera además de adentrarnos en la mítica Editorial Quinterno, en la personalidad de su fundador, y en la extraordinaria creatividad de sus grandes dibujantes.
Completamos la entrada con una reciente entrevista que le realizó Tute para la Universidad Nacional de 3 de Febrero.


Recuerdos de la Editorial Dante Quinterno
 

Témpera realizada por Oscar Blotta en el año 1949: 
De izquierda a derecha Guillermo Roux (con uniforme de conscripto), Eduardo Ferro (presentador), Tulio Lovato (mosquetero), 
Pelorosso (fraile), Jaime Romeu (monaguillo), Roberto Battaglia (Tarzán) y Oscar Blotta. Colección Alejandra Roux.  
Catálogo "Patoruzú una revista una época" (Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, 2008/09).



"A los 15 años entré en la Editorial Dante Quinterno. En ese momento estaba en San José y Avenida de Mayo, primer piso, justo en aquella esquina en donde un león de utilería, un poco apelmazado, anunciaba Ferro Quina Bisleri.
Pasábamos a tinta los fondos de las historietas Vic Martin, Sagrera y yo. Ellos recién llegados de Rosario.En la otra sala, la sala de dibujantes, como se decía, que daba a la esquina, trabajaban Lovato, Ferro, Blotta y Romeu. Lovato era el jefe de dibujantes.

Quinterno aparecía de tanto en tanto. Recuerdo su caminar nervioso y su aguda mirada, a la que nada escapaba. Miraba aquellas tiras en detalle y nada iba a la imprenta sin su aprobación.

Repetto, Mariano Juliá, El Visconde de Lascano Tegui,  Mariano de la Torre iban de aquí para allá imaginando situaciones, comentando las notas, siempre agudos, rápidos, llenos de humor.
Esos primeros años fueron maravillosos, para mí un mundo nuevo y extraordinario. A pesar de las notables diferencias de edad, ellos fueron mis amigos ¡y cúanto aprendí! 

La Editorial se mudó a J. E.Uriburu. Fue un progreso. El nuevo piso en un edificio de categoría era mucho más grande. El tiraje de las revistas crecía sin parar, fue un momento de oro para las historietas, en una Argentina llena de optimismo. 

Yo también había evolucionado. Ahora compartía la sala de dibujantes con Lovato, Ferro, Blotta, Battaglia, Romeu. Paramí, una gran distinción.
Quinterno tenía su estudio en la planta baja. Le llevaba las historietas pasadas a tinta para  que las viera y mientras las revisaba, yo, parado a prudente distancia, podía ver cuando corregía, sin marcar el lápiz, directo con tinta, la posición de algún personaje que le parecía equivocada. ¡Y qué trazo lleno de intención el de su pluma Guillot!

La Editorial era una gran fábrica. Todos aquellos ingenios creadores se complementaban unos con otros, buscando nuevas ideas, formas de ver, creando personajes.
Para mí, una experiencia extraordinaria verlos nacer, desde los bocetos hasta la concreción y por supuesto al final la aprobación de Quinterno.
Era común quedarse hasta después de hora, hasta tarde, para llevar los originales a la imprenta Fabril Financiera, y allí íbamos con Ferro a entregar el paquete con los originales del número, y después a comer al Tropezón de Callao.¡Toda una fiesta!

En esa época yo pintaba las tapas de Patoruzito. Quinterno había descubierto mi facilidad para el color y me las dio. Poco a poco. Todo el color de las publicaciones pasaron por mis manos.
Pinté la primera mancha que hice con Ferro en el Riachuelo. Todos ellos pintaban. Blotta iba de paseo a Mar del Plata algunos fines de semana y al llegar a la Editorial hacía 20, 30 manchas en témpera de lo que había visto en el viaje.

Lovato me mostró el primer Van Gogh que vi, Los Girasoles, y me habló de la pintura japonesa, del Impresionismo, de la síntesis.
De a poco fui entrando en la pintura, ellos me alentaban. Un 17 de septiembre me regalaron el primer caballete que tuve y aún conservo.

Aunque no estaba escrito, Quinterno marcaba el riguroso ideario de la Editorial. No armas, no violencia, no sexo. Siempre apuntar y exaltar lo más noble. Nunca reírse de los defectos. ¡Prohibidos los chistes con ciegos o con rengos! Sin por esto perder el humor y la crítica oportuna.

Un día Quinterno me pidió ir más temprano para pintar juntos una tapa del Libro de Oro de Patoruzú. Federico, gran letrista, había inventado una tipografía nueva y original para el título.
Recuerdo muy especialmente esa mañana.

Todos los grandes de la época pasaron por la Editorial. Tuve la suerte de verlos trabajar, de oir sus comentarios, de conocer sus ideas, de aprender de ellos.

A los 18 años entré en la Academia y el pintor que había en mí me llevó por otro camino. Fue difícil dejar aquel mundo. 
El despegue fue lento, inevitable; y cuando a los veintidós años el vapor Salta me llevó a Europa, al alejarse del puerto para internarse en el Río aquella noche, un mundo de sueños, encantado, quedó atrás.
Conservo aún el mantel dibujado y firmado por toda la Editorial, testimonio de la cena de despedida."


Tute y Guillermo Roux

 Tutelandia - Universidad Nacional de 3 de Febrero (2015)







Fotografía: www.apertura.com.ar